¿Seguro que nunca ha hecho un trasplante?
Parecería una pregunta a ser contestada negativamente, pero no es así. Muchos médicos nos hemos visto obligados a hacerlo en momentos críticos vividos con algunos pacientes, claro está que no se trata de aquellos trasplantes que demandan un equipo de profesionales de alta preparación y con una infraestructura tecnológica limitada a determinados centros especializados, sino de aquellos más accesibles, tanto para el médico que lo indica como para el paciente que lo requiere.
Es que el aceptar en lo que consiste realmente trasplantar, como el hecho de traspasar células, tejidos u órganos vivos de una persona (el donante) a otra (el receptor); o de una parte del cuerpo a otra (por ejemplo, los injertos de piel) con el fin de restaurar una función perdida, responderíamos positivamente a esa pregunta. Si es así, ¿cuántos de nosotros no se habrá visto en la necesidad de traspasar (transfundir) un tejido sanguíneo, contribuyendo a salvar innumerables pacientes que de otro modo habrían fallecido?... Pues obviamente que muchos lo hemos hecho e incluso, en más de una ocasión.
Sin embargo, se dan casos en que por mejorar rápidamente las cifras de la hemoglobina, aún en pacientes no descompensados, o por cumplir con un requisito pre – anestésico, se los transfunde, olvidando el riesgo que este acto en sí constituye.
Riesgo que está íntimamente ligado por un lado, - al darle poca importancia al hecho de que no se puede asegurar 100% - que a pesar de las pruebas efectuadas en los Bancos de Sangre no exista la posibilidad de contraer enfermedades infectocontagiosas (período de ventana) y por otro lado, a la carencia de donantes calificados, la posibilidad de que pudiese ocurrir una anafilaxia por subgrupos, la creación de anticuerpos inespecíficos, futuros abortos inmunológicos etc., sin desconocer aquellos casos en los que se rechazan las transfusiones por principios religiosos.
Pero al margen de hacer conciencia en que transfundir sangre es trasplantar, en que el hacerlo constituye en muchas ocasiones una medida heroica, no es menos cierto que es una gran responsabilidad también el decidir no hacerlo, más aún, si luego de hacer una investigación exhaustiva se concluye que - antes de indicarla - es impostergable reponer el déficit de hierro documentado, cuya vía de administración deberá ser la que de acuerdo al paciente permita alcanzar los mejores resultados, no sólo en cuanto al tiempo en el cual se recuperan los niveles del mismo, sino también en la calidad de vida que él experimente en el plazo más corto de su tratamiento.
Nota: Este tema surgió a raíz de considerar el nivel de responsabilidad que los médicos debemos tener, ante la indicación de transfundir sangre o derivados a nuestros pacientes.
Dr. Oswaldo Freire Valencia
Nefrólogo - Pediatra